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Mons. Ramírez comenta la profunda transformación que alcanzó San Francisco de Asís orando con ardor frente al Santísimo Sacramento:

San Francisco de Asís, 4 de octubre de 1993

Querido padre Tomás:

Con frecuencia San Francisco pasaba la noche entera rezando ante el Santísimo Sacramento. Su único deseo era la transformación de su vida en unión con Cristo. Una noche de 1216, Cristo se le apareció mientras él rezaba ante el Santísimo en la iglesia de Santa María de los Ángeles.

Después de la visión, Francisco exclamó: “Los mandaré a todos al paraíso”. Estaba más convencido que nunca del poder de la oración para salvar almas.

El 14 de septiembre, un serafín con alas de fuego, tal como se describe en Isaías (6,2), bajó del cielo sobre Francisco mientras hacía oración y le imprimió la marca de los clavos y la herida de la lanza en su costado. Todos en la región vieron el monte envuelto en una luz, como si el sol ya hubiera salido. El hermano León vio una bola de fuego descender sobre el rostro de San Francisco cuando recibió los estigmas.

Transformarse en Cristo

Menciono esto porque el Santísimo Sacramento es el fuego del Amor divino. Así como el fuego transforma todo en fuego, así uno es transformado de gloria en gloria y hecho más a la imagen y semejanza de Cristo por cada momento que pasemos en su divina presencia.

La diferencia en nuestra alma de una hora santa a otra, asombra a los santos en el cielo y a los ángeles en la tierra. La transformación que se realiza en tu alma es mucho más real que la transformación que tuvo lugar en el cuerpo de Francisco cuando fue estigmatizado. Por cada momento que pasas en su Presencia, no sólo tus manos y tu costado, sino todo tu ser se transforma más y más a imagen y semejanza de Cristo.

Debido a esta transformación, cada momento que pasas con Jesús en la tierra hará que tu alma sea más gloriosa y más bella en el cielo por toda la eternidad. Por esto San Pablo exclamó: “Nosotros… reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando a su propia imagen cada vez más gloriosa” (2 Co 3, 18).

Fraternalmente tuyo en su Amor Eucarístico.


Mons. Josefino Ramírez