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Mons. Ramírez reflexiona sobre el amor incomparable que Jesús derrama en el Santísimo Sacramento, tratando a cada persona como su hijo único.

Querido padre Tomás:

Hoy vi algo peculiar sobre el altar durante mi hora santa: una caja de chocolates. Pensé que alguien la había dejado olvidada hasta que leí la tarjeta que tenía: “Para Jesús, de Ninay, porque tu amor es el más dulce de todos”.

Un día Ninay estaba tan ensimismada en el amor de Jesús, que no quería dejar la capilla. Su marido la iba a recoger después de su hora santa, pero Ninay rezó pidiéndole fervientemente a Jesús que la dejase quedar más tiempo. El automóvil de su marido no arrancó y cuando lograron arreglarlo nuestra querida Ninay había pasado seis horas adicionales con el Señor.

Dios Padre no puede rehusarse cuando le pedimos amar cada vez más a su Hijo Jesús en el Santísimo Sacramento. El amor de Jesús en el Santísimo Sacramento es el más grande y dulce que nuestros corazones puedan jamás conocer.

Su amor te hace la persona más especial e importante del mundo. Cada persona es para Dios irremplazable, nunca antes creada y nunca reproducida. Dios se ve a Sí mismo en nosotros. Dios ve esta única cualidad y especial característica que sólo nosotros poseemos, en cada uno de nosotros. Él haría solamente por ti lo que hizo por todos. Jesús lo haría nuevamente por ti, si eso significara tu salvación.

Así eres de especial para Él. Pero nunca llegarás a saberlo a menos que te acerques a conocerlo en el Santísimo Sacramento. Dios no nos mandó obsequios o una tarjeta sino a su Hijo único.

En la oración de entrada de la solemnidad del Corpus Christi se exclama: “Y a Él lo sustentaría con la flor del trigo, lo saciaría con la miel de la peña” (Sal 80,17). La miel que mana de la “peña” es el dulce amor divino de Jesús que mana de su Corazón en el Santísimo Sacramento.

El valor del dolor para abrirnos al Amor

Sólo un corazón herido puede apreciar esta dulzura. Sólo un corazón humillado puede reconocerlo. Sólo un corazón de niño puede amarlo. Por eso Dios permite el sufrimiento en nuestra vida. Es la medicina que nos cura la soberbia. Sólo cuando nuestro corazón está herido, aplastado, derrotado, humillado o sufriendo de cualquier manera, podemos experimentar la dulzura de su amor. Porque Él es el más abatido de todos. Una lanza abrió el costado de Jesús para que de su Corazón herido pudiera brotar la dulzura de su Amor Divino sobre todos los que se acercan a Él en el Santísimo Sacramento.

Al Corazón destrozado de Jesús en el Santísimo Sacramento se acercan todos los corazones destrozados del mundo. La dulzura de su Amor es bálsamo y consuelo para las amarguras de la vida y sus rechazos dolorosos. Debemos volver a la fuente viva del dulce Amor, el enamorado divino que genera la verdadera luz.

El Papa Pablo VI dijo: “El Santísimo Sacramento es el corazón vivo de cada una de nuestras parroquias”. Cuando pienso en la Iglesia y en el mundo de hoy, creo que debemos volver a la fuente viva del dulce Amor, el enamorado divino que genera la verdadera luz por la que vemos lo especial que somos.

Cuando uno se siente como una basura, trata a los demás como basura. Cuando uno sabe cuán infinitamente especial es, entonces trata a los demás en forma especial. Cuanto más amados nos veamos a la luz del Amor Eucarístico, tanto más nos amaremos unos a otros.

El Santísimo Sacramento es para alguien muy especial. Jesús te quiere a ti más que todo el amor que jamás haya existido desde el principio de los tiempos. Su misma presencia dice: “Déjame llamarte amado porque estoy enamorado de ti. Déjame oír tu susurro de que tú también me amas”.

Sobre el Santísimo Sacramento se ha escrito: “Enamorarse de Dios es el más grande de todos los romances. Buscarlo, la aventura más grande. Encontrarlo, la conquista humana más importante”.

Fraternalmente tuyo en su Amor Eucarístico,


Mons. Josefino Ramírez