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Nuestra Señora de Guadalupe, 12-12-1993

Querido Padre Tomás:

Te estoy escribiendo desde el Santuario de Guadalupe, en México. Es magnífico. Durante mi hora santa estuve pensando, ¿qué es mejor, la visita que Nuestra Señora le hizo a Juan Diego o una hora santa en la presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento?

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La Virgen de Guadalupe entrega las rosas a San Juan Diego

Las rosas florecieron en invierno. La imagen de Nuestra Madre se imprime en un pobre poncho que se ha conservado por siglos. Los científicos no se explican cómo se imprimió esa imagen en esa tela. Ella es la mujer vestida de sol. El sol es el símbolo de su Hijo Eucarístico. Dos corazones que laten al unísono.

¿Qué pide al obispo? “Construir una capilla”. ¿Quién está en la capilla? ¡Su Hijo Eucarístico! María lleva a todos sus hijos a la Eucaristía.

La belleza de Guadalupe está siempre durante nuestra hora santa de oración. No importa cuán frío esté nuestro corazón, las rosas de santidad florecen. La fragancia de santidad perdurará por toda la eternidad. Cada momento que pasamos en su presencia, brotamos, crecemos y florecemos como las rosas en el frío invierno.

Y con cada hora santa, una imagen nueva y especial se imprime misteriosamente en nuestra alma. Esta imagen es mucho más linda que aquella del Santuario, a la que gente de todo el mundo acude y admira su belleza con asombro.

Después de cada hora santa que haces en presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento, todos los ángeles del cielo miran extasiados la imagen impresa en tu alma.

Como Juan Diego tuvo que esperar hasta estar ante el obispo para ver la maravillosa imagen, así también nosotros tendremos que esperar. Así como él se sorprendió al verla, del mismo modo nosotros quedaremos pasmados por toda la eternidad al ver el efecto de una sola hora santa de oración.

Esta es la razón por la cual Pablo VI señala que una sola hora santa de oración ante Jesús Sacramentado nos otorga “una dignidad incomparable” (en “Misterium fidei”). La gente busca la dignidad en: la posición social, respaldo económico, fama o títulos académicos. Pero la dignidad se encuentra en la presencia de Dios que nos eleva más y más hacia Él. La altura y el prestigio de nuestra verdadera dignidad se encuentran en el grado de unión que tenemos con Cristo en el Santísimo Sacramento.

Por eso tengo en mi despacho una imagen de Nuestra Señora de Guadalupe para que me recuerde dónde reside mi verdadera dignidad.

Fraternalmente tuyo en su Amor Eucarístico,

Mons. Josefino Ramírez